y
presagios de negras certezas, acosa su tierna
indefensión,
y ella, de puntillas sobre su silencio,
acurrucada
vela ineludibles augurios.
La
oscuridad satura de frías densidades los
espacios
y en sus ojos bruñe brillos de niña
en
busca de amparos, y así, de
la mano de mi
padre
espera ella rehacerse de luz incorporándose.
Cada
mañana se llena su ventana de cotidianos
regalos
dorados… rayos de amor con que seguir resistiendo,
ilusiones
de siempre, el simple y puro milagro de la vida
que
ella desenvuelve, día tras día, con la misma ternura
entusiasmada.
Asomada
a su espejo de mano se busca en su mirada
y
de su estuche de sombras toma luces de coquetería
para,
finalmente, con el lápiz de ojos perfilarse los
contornos
del alma… en su rostro vence en la belleza,
esa que nos salva, contra todo embate del tiempo.
Nacida
para amar, mucho por llorar, todo por vivir,
desconcertada
por el tiempo sólo el amor la sustenta,
y cruzando
abismos sin respuesta sólo la guían ecos de
viejas
guitarra y la voz de los suyos como única patria.
Es
mi madre que me indica los caminos hacia la
alegría
como de niño, el triunfo de la vida sobre
el
dolor, la pasión sobre el hastío, el triunfo de la
luz
al fin, que es en su mirada su alma tan evidente.
Niña
octogenaria donde todo sentir triunfa
toda
ya amor, simple, acostumbrado, dócil
amor…último
vestigio de la vida venciendo
en
sus días a la negra infamia de lo innombrable.
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