5/1/14

Mi madre.









y presagios de negras certezas,  acosa su tierna

indefensión, y ella, de puntillas sobre su silencio,

acurrucada vela ineludibles augurios.


La oscuridad satura de frías densidades los

espacios y  en sus ojos bruñe brillos de niña

en busca de amparos,  y así, de la mano de mi

padre espera ella rehacerse de luz incorporándose.
 

Cada mañana se llena su ventana de cotidianos

regalos dorados… rayos de amor con que seguir resistiendo,

ilusiones de siempre, el simple y puro milagro de la vida

que ella desenvuelve, día tras día, con la misma ternura entusiasmada.
 

Asomada a su espejo de mano se busca en su mirada

y de su estuche de sombras toma luces de coquetería

para, finalmente, con el lápiz de ojos perfilarse los

contornos del alma… en su rostro vence en la belleza,

esa que nos salva, contra todo embate del tiempo.
 

Nacida para amar, mucho por llorar, todo por vivir,

desconcertada por el tiempo sólo el amor la sustenta,

y cruzando abismos sin respuesta sólo la guían ecos de

viejas guitarra y la voz de los suyos como única patria.

Es mi madre que me indica los caminos hacia la

alegría como de niño, el triunfo de la vida sobre

el dolor, la pasión sobre el hastío, el triunfo de la

luz al fin, que es en su mirada su alma tan evidente.

Niña octogenaria donde todo sentir triunfa

toda ya amor, simple, acostumbrado, dócil

amor…último vestigio de la vida venciendo

en sus días a la negra infamia de lo innombrable.



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