30/3/14

Realidades.



Nada en él era sospechoso, sobretodo para
aquellos con militante tendencia a la sospecha,
no atraían la pasión de los cacheos sus formas
al dictado, ni su DNI suscitaba consultas policiales.

En su buscada normalidad de virtud equidistante,
ambición y esperanza en un orden de triunfadores,
era, como tantos, un buen chico de tradición sin traición.
 
Un aire a su padre, aquel que ya en su madurez
creyó beber un sorbo del licor añejo del poder,
soplaba firme al norte, tras el gesto de su mirada.

El otro abría a su paso estelas invertidas
de rechazo, vestía de la lluvia de la tarde
y una mochila gris de un pesado pasado,
su pelo era bandera derrotada contra un orden
de púas y pulcritud  engominada hacia atrás...
y claro, sus palabras no eran las más adecuadas
ni sus ojos del candor exigible a su necesidad.

No tengo más datos, haceros cargo de la dificultad
de pretender indagar en la maraña de caminos que su vida,
en su aleatoria injusticia, le llevó a ese orden de las cosas.

Dos jóvenes, dos realidades, tiempo de contrariada
espera en una parada de bus urbano, un sólo bonobús,
cruce de palabras, llega el bus, el primero busca refugio,
el segundo lo sigue tras amparo... busca otra parada
que yo no te tiko.
El conductor, conciliador, interviene:
O pagas o te bajas... tenso desconcierto ciudadano, la lluvia espera...
quería ir a cualquier parte... se apea de nuevo, allí, en su amargura.

Llegaron los comentarios, a media voz, recitados por el primero
a los usuarios del blanco auditorio ambulante del bus urbano,
las justificaciones, los prejuicios, los razonamientos, los
educados y muy bien llevados planteamientos, las loas a una
pequeña victoria del orden consagrado en un Jueves a la tarde...

Mientras, yo, sin decir nada, buscaba tras la
ventanilla la lluvia, allí donde poder apagar
esa cultivada aspereza en el aire, ese perfume
a ministro del interior que camino a casa me envolvía. 

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