Nos
conocimos en un azar de miradas
a
la luz virginal de nuestra añorada prehistoria,
en
esa mañana fugaz repleta de presentes
hoy
conjugados en pasado apesadumbrado.
Juventud
por breve nunca dos veces buena.
Y
nos fuimos tejiendo como un nido
con
los sarmientos de los trabajos,
la
broza de la vida, maraña de temores,
la
borra de mis risas y tus besos de felpa.
Nido
fecundo donde dos ángeles se vinieron a posar.
Tú
traías un ordenado equilibrio de pies en el suelo
y
siete capas que escondían tu sensibilidad de niña,
yo
un borgil de caricias, un destino de cercanías
y
tramas de entusiasmos en cotidianas urdimbres.
Ambos
un tenaz ir y venir al árbol de nuestros días.
Hoy
asimetría perfecta son nuestras alas de la mano,
manos
nido, pájaro, mismas manos emigrando al sur todavía,
y
mientras el tiempo va escribiendo sus signos en los espejos
de
la mano, contra fríos otoñales, seguimos en este amor anidado.
Juntos
acurrucados bajo la desconcertante luz del trueno de la vida.
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