Un vendaval de otros ojos imprevistos le dejó
un desorden contrariado más
allá del asombro.
Inevitablemente se soñó en
un retorno imposible,
o al menos en un indagar de
límites compatibles.
Pensó que si su vida fuera
muy otra con comienzo más tardío,
y nada conociera y debiera
de esta de ahora, dichosa a fin de cuentas,
rompería contra sus ojos
imprevistos su corazón de esa su otra vida.
Nada más perpetró que un vano
sentimiento agridulce,
ni quiso ni hubiera podido
traspasar las líneas rojas,
pero ella, desde su amor
instaurado, dudó del verdadero orden de los verbos
y le recorrió una incógnita azul
de ecuación desconcertada.
Ella le acusó en sus
silencios de andar por casa
de la inocencia de su culpa
y viceversa,
y soportó en calma su transparencia
ingenua y brutal.
El asumió su castigo de
vacíos por delitos de bohemia,
y mató alguno de sus pájaros hechos de nubes de confusión.
Todo quedó para él en una
extraña indigestión de deseos,
en un ingrato recorrer los
espacios de su corazón adiestrado,
en una sombra como tras un
juego arrogante y sin sentido.
Todo quedó para ella en una
renovada certeza tras el desconcierto,
en un descansar su cabeza en
un amor de cercanías nunca perdido,
en el sosiego de saber que
en el fondo es un chiquillo que ha aprendido.
En ambos corazones de fruta madura, dulce y delicada a salvo de la intemperie.
En aquella de los ojos imprevistos,
ajena a estas ñoñerías de
salón,
quizá quedó un deje de
curiosidad,
y un puñado de señales que
él le dejó
para una amistad con sabor a
pan,
que ella, sabia y prudente,
nunca dijo si comprendió.
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