La noche
se hace celda de recios presagios y, ante sus ojos,
todo huye dejando un vacío con su vértigo en la cuerda floja
de las negras certezas.
En la mesilla el segundero picotea la inmensidad y ella,
toda tierna indefensión, acurrucada pena sueños o vela silenciosos augurios.
La oscuridad que saturó de frías densidades los espacios
retira al fin su desamparo y en sus ojos la luz de sus
días bruñe
entusiasmados brillos de niña.
A su ventana llegan ya cotidianas palomas doradas,
portentosos
rayos de amor, el simple y puro milagro de la vida.
Luego asomada a su espejo de mano se busca en su mirada,
y de su estuche de sombras toma ajadas luces de
coquetería
para, con el lápiz de ojos, perfilarse los contornos del alma.
En su rostro vence en la búsqueda de la belleza, esa que
nos salva
o al menos ayuda a resistir.
Nacida para amar, mucho por llorar, todo por vivir,
desconcertada por el tiempo sólo el amor la sustenta,
y cruzando abismos sin respuesta sólo la guían ecos de
viejas guitarras y la voz de los suyos como única patria.
Es mi madre que me indica los caminos hacia la
alegría como de niño, el triunfo de la vida sobre
el dolor, la pasión sobre el hastío, el triunfo de la
luz al fin, que es en su mirada su alma tan
evidente.
Niña octogenaria donde todo sentir triunfa
toda ya amor, simple, acostumbrado, dócil
amor…último vestigio de la vida venciendo
en sus días a la negra infamia de lo innombrable.
Vamos a la cama mozos que las estrellas van altas
y ya clarea el alba trayendo el nuevo día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario