No traigo en esta maleta buenas razones
ni convincentes porqués o paraqués,
ni pretenciosos abrelatas de corazones
tampoco cuatribarradas arengas por el aragonés.
Vieja maleta de palabras con su sombra de
eco repleta
ecos de palabras de agua en su caracola
fósil asediadas,
palabras que quiero río crecido bajando a
la mar abierta
a salvo de sirenas con corbata tras sus
lenguas afiladas.
Desde cuando sea que me fueran acercando
de la mano
generaciones de madres que aquí
alumbraron mi tiempo,
el aragonés era ya en un pueblo de bocas
su narrar cercano
y hoy valiente resiste en las fauces de
tanto contratiempo.
Palabras minorizadas por el persistente
ácido lamer de la corriente
por los que marcharon con su lengua
escondida entre su muda dominical
por quienes creen que lo propio si común
es sospechoso e inconveniente
por quien niega su nombre en el secadero
de alas de su vitrina mental.
Habla de gigantes en sus mundos de
leyenda festiva
y de cabezudos de los buenos que te pegan
alegrías,
y de paisajes de un pueblo diverso de
frente altiva
y de tantos que la defienden con dignidad
todos los días.
Palabras de mi país prestado, tomad la calidez de mi aliento
contra la obsolescencia de la palabra
y el constante embate del viento.
Palabras de casa cayendo del mantel al
amparo de rincones de resistencia
migas viejas del mismo pan tierno de la
memoria que somos
tesoros del niño que en casa perduró con
su arcano legado de inocencia.
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