7/4/24

MAMÁ.

 








La noche se hace celda de recios presagios y, ante sus ojos,

todo huye dejando un vacío con su vértigo en  la cuerda floja

de las negras certezas.

En la mesilla el segundero picotea la inmensidad y ella, toda tierna indefensión, acurrucada pena sueños o vela silenciosos augurios.

 

La oscuridad que saturó de frías densidades los espacios

retira al fin su desamparo y en sus ojos la luz de sus días bruñe

entusiasmados brillos de niña.

A su ventana llegan ya cotidianas palomas doradas, portentosos

rayos de amor, el simple y puro milagro de la vida.

 

Luego asomada a su espejo de mano se busca en su mirada,

y de su estuche de sombras toma ajadas luces de coquetería

para, con el lápiz de ojos, perfilarse los contornos del alma.

En su rostro vence en la búsqueda de la belleza, esa que nos salva

o al menos ayuda a resistir.

 

Nacida para amar, mucho por llorar, todo por vivir,

desconcertada por el tiempo sólo el amor la sustenta,

y cruzando abismos sin respuesta sólo la guían ecos de

viejas guitarras y la voz de los suyos como única patria.

 

 

Es mi madre que me indica los caminos hacia la

alegría como de niño, el triunfo de la vida sobre

el dolor, la pasión sobre el hastío, el triunfo de la

luz al fin, que es en su mirada su alma tan evidente.

 

Niña octogenaria donde todo sentir triunfa

toda ya amor, simple, acostumbrado, dócil

amor…último vestigio de la vida venciendo

en sus días a la negra infamia de lo innombrable.

 

Vamos a la cama mozos que las estrellas van altas y ya clarea el alba trayendo el nuevo día.

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